Te explicamos qué fue el absolutismo, cómo fue el inicio y final de este régimen de gobierno. Además, sus características, economía y más.
¿Qué fue el absolutismo?
El absolutismo fue una forma de gobierno y régimen político típico del Antiguo Régimen (período histórico previo a la Revolución francesa de 1789), cuya ideología dictaba que el poder político del gobernante, es decir, el rey, no debía estar sujeto a ninguna limitación que no fuera la ley de Dios.
Esto significa que el poder del soberano era formalmente único, indivisible, inalienable, incontrolable y pleno. En otras palabras, era un poder absoluto, de donde deriva el nombre que se le confiere tanto a esta ideología como a su realización histórica, es decir, el absolutismo.
El absolutismo proclamaba que el monarca era el Estado, por lo que los poderes públicos emanaban de su voluntad y estaban subordinados a sus decisiones. No había ninguna autoridad por encima del rey, quien además no estaba sujeto a las leyes.
La doctrina del absolutismo surgió en Europa en el siglo XVI, pero sus exponentes más característicos gobernaron en los siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX, como Luis XIV de Francia (1643-1715), Federico Guillermo I de Prusia (1713-1740) y Fernando VII de España (1808 y 1814-1833).
- Ver además: Autocracia
El origen del término absolutismo
El término absolutismo (o el adjetivo absolutista) fue empleado por primera vez con un sentido político en el siglo XIX, para destacar los aspectos despóticos de algunos gobiernos monárquicos. Sin embargo, actualmente es un concepto historiográfico usado para describir una doctrina y una forma de gobierno, surgida en Europa en el siglo XVI y característica de la Edad Moderna hasta comienzos del siglo XIX.
Se cree que su origen puede estar relacionado con la expresión latina princeps legibus solutus est (“el príncipe no está sujeto a la ley”), empleada por el jurista romano Ulpiano en los años del Imperio romano.
El término “absolutismo” no debe confundirse con otros conceptos de uso más contemporáneo, como totalitarismo, que también supone un régimen autoritario con un liderazgo personalista pero que, a diferencia del absolutismo, se constituye sobre la base de un partido político que se funde con el Estado y se legitima, habitualmente, a través del carisma del líder, la propaganda y un discurso que apela a la voluntad popular o nacional.
En una monarquía absolutista, no existe un partido político gobernante, sino que el Estado se funde con la persona del rey, y la ley se expresa como la voluntad del rey, quien no gobierna por un mandato popular sino por un derecho divino.
Los inicios del absolutismo
Un antecedente de las monarquías absolutistas fueron las monarquías centralizadas de los siglos XIV y XV (como los Reyes Católicos en la península ibérica o Carlos VII en Francia). Las reformas administrativas y centralizadoras introducidas por estos monarcas anticiparon la reorganización absolutista posterior. Ambas formas monárquicas sentaron las bases del Estado moderno.
En los años del absolutismo se incrementó la tendencia a concentrar el poder en la persona del rey en detrimento de la nobleza y la Iglesia. Esto se debió en gran medida a la mayor incumbencia de los monarcas absolutos en los asuntos de gobierno, asesorados por ministros de confianza, y a la doctrina según la cual los reyes gobernaban por derecho divino.
El absolutismo tuvo teóricos que lo defendieron como un modo de gobierno legítimo y eficiente. Uno de ellos fue el intelectual francés Jean Bodin (1530-1596), que cuestionó la autoridad del papado sobre los gobiernos y favoreció la idea de una monarquía nacional en la que el rey concentrara el poder.
En el siglo XVII se destacaron otros intelectuales como el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), que consideraba que un gobierno autoritario era la única solución a los conflictos políticos y sociales, y el francés Jacques Bossuet (1627-1704), que defendía la idea de que el monarca recibía su autoridad de Dios y gobernaba por derecho divino.
La máxima expresión histórica del absolutismo tuvo lugar en los siglos XVII y XVIII, especialmente luego de la paz de Westfalia (1648) que dio fin a la Guerra de los Treinta Años, impulsó la idea de soberanía territorial de cada Estado europeo y desencadenó el auge político de la Casa de Borbón. El máximo exponente del absolutismo fue Luis XIV de Francia.
El fin del absolutismo
En Francia, la Revolución francesa puso fin a la monarquía absolutista en 1789, pero el absolutismo se mantuvo en otras naciones europeas que se aliaron con los contrarrevolucionarios franceses para restaurar el poder borbónico en Francia. En esta época, algunos monarcas europeos intentaron por su parte fusionar la forma de gobierno absolutista con las ideas reformistas de la Ilustración (que habían influido en el estallido revolucionario francés), lo que se conoció como despotismo ilustrado.
Tras la derrota de Napoleón en 1814 y 1815, las monarquías europeas restauraron el absolutismo en Francia y en las naciones que habían sido conquistadas por el general francés. Esta restauración se acordó en el Congreso de Viena (1814-1815), que estipulaba que las casas gobernantes debían auxiliarse mutuamente en caso de futuras amenazas. De todos modos, a lo largo del siglo XIX se sucedieron levantamientos liberales y nacionalistas, a menudo llamados revoluciones burguesas, que desafiaron al absolutismo.
En particular, la revolución de 1848, llamada “la primavera de los pueblos”, forzó a muchas monarquías a adoptar medidas liberales y democráticas (y en Francia provocó la proclamación de la Segunda República), lo que para algunos historiadores supuso el fin de la restauración absolutista. Sin embargo, en ocasiones se considera que la autocracia zarista, que gobernó el Imperio ruso hasta 1917, era una forma de monarquía absolutista que sobrevivió hasta comienzos del siglo XX.
Características del absolutismo
El monarca absoluto y la administración estatal
El absolutismo se basaba en la idea de que el bienestar de los súbditos dependía de la persona del monarca, y que este gobernaba por derecho divino. De este modo, no se reconocía ninguna autoridad terrenal que estuviera por encima del rey, y este no debía someterse a ninguna ley.
Sin embargo, si bien los monarcas absolutos concentraron el poder político y eran quienes tomaban las decisiones de mayor importancia, la administración del reino demandaba la existencia de un cuerpo de funcionarios que se encargaban de la hacienda, la justicia, la diplomacia y el ejército. Esta burocracia estaba integrada en gran medida por burgueses, mientras que algunos nobles también ocupaban cargos, sobre todo en las provincias.
El rey también contaba con el asesoramiento de ministros, que eran personas de confianza y ocupaban un lugar de gran importancia política, aunque su consejo quedaba supeditado a la decisión final del rey. En la Francia de Luis XIV se destacaron Jean-Baptiste Colbert y Michel Le Tellier. Otra área de importancia fue el ejército, que en general fue reformado y profesionalizado.
La economía del absolutismo
La forma económica característica del absolutismo fue el mercantilismo. Esta era una doctrina económica difundida en Europa e implementada por las monarquías de los siglos XVII y XVIII, cuyo más claro exponente fue el francés Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV.
El mercantilismo consistía en la intervención estatal en la economía para favorecer la exportación y reducir la importación. El objetivo era el enriquecimiento de la nación mediante un autoabastecimiento de mercaderías (que redujera la dependencia de manufacturas importadas, especialmente de lujo) y la obtención de oro, plata y monedas mediante la exportación.
En Francia, Colbert implementó medidas para la protección de la industria manufacturera de exportación, como la reglamentación del trabajo para reducir costos en las llamadas manufacturas reales (que en España recibieron el nombre de reales fábricas). Esto generó conflictos entre las naciones (especialmente entre Francia, Inglaterra y los Países Bajos), que competían por el comercio marítimo, lo que provocó una ampliación de las flotas mercantes y de las armadas.
En el largo plazo, este sistema fracasó. En Francia, esto se relacionó con los grandes gastos derivados de los lujos de la corte y de las guerras, que incrementaban la dependencia de la corte en la recaudación impositiva y en los préstamos de banqueros burgueses. Estas medidas también afectaron a las poblaciones campesinas y a los pobres urbanos, que padecían hambre y manifestaban su malestar cuando se combinaban malas cosechas con la presión tributaria del Estado.
La religión bajo el absolutismo
Dado que los monarcas absolutistas consideraban que su autoridad provenía de Dios, en principio no tenían límites religiosos ni debían someterse a la autoridad de la Iglesia. Por ejemplo, en Francia, Luis XIV promovió el galicanismo, por el que el papado no tenía mayor autoridad que el rey sobre el clero y los asuntos religiosos de Francia. Aun así, la autoridad religiosa del Papa no era cuestionada.
Por otro lado, también existieron situaciones de entendimiento entre la autoridad monárquica y el papado, como cuando Luis XIV decidió forzar la unificación religiosa de Francia mediante la persecución de grupos protestantes (como los jansenistas). En cambio, en Suecia el rey Gustavo III, cuya monarquía era protestante, dictaminó la libertad religiosa para católicos y judíos (influido por las ideas de la Ilustración).
Los límites al poder absolutista
En principio, el poder de los monarcas absolutistas no tenía límites. No obstante, algunas tradiciones establecían unos límites que, en general, no eran expresados de forma explícita. Por ejemplo:
- La ley de Dios. Este principio jurídico y religioso establecía que el rey estaba sometido, en su condición de cristiano, a las leyes morales de la religión y de la Iglesia.
- El derecho natural. Ciertas partes del derecho, que atañían a los aspectos más fundamentales de la cultura, no estaban sujetas a la consideración del rey. Por ejemplo, leyes de herencia, mayorazgo, etc.
- Las leyes fundamentales del reino. Algunas leyes heredadas no se ponían en duda porque formaban parte de la tradición, aun cuando no estaban necesariamente escritas, como las normas de sucesión de los monarcas.
Ejemplos de monarquías absolutistas
Luis XIV de Francia
El ejemplo más claro de una monarquía absoluta fue el reinado de Luis XIV en Francia, también llamado el “Rey Sol”, quien gobernó entre 1643 y 1715. De hecho, su estilo de gobierno y la ostentosa vida cortesana del palacio de Versalles fueron imitados por muchos monarcas europeos que implantaron el absolutismo en sus reinos.
Luis XIV heredó el trono de Francia cuando era un niño, por lo que inicialmente ejerció como regente su madre, Ana de Austria, quien confió los asuntos de gobierno a su ministro, el cardenal italiano Mazarino. Este continuó las medidas iniciadas por su antecesor, el cardenal Richelieu, que consistían en asegurar la posición de Francia en Europa y fortalecer a la corte real francesa en detrimento de la nobleza.
A la muerte de Mazarino, en 1661, Luis XIV ya era adulto y gobernaba sobre un reino fuerte y ordenado, por lo que decidió asumir personalmente la conducción del gobierno, aunque asesorado por un gabinete de ministros (el más destacado fue Colbert). La reorganización burocrática del Estado promovió el nombramiento de funcionarios que dependían directamente del rey, muchos de ellos provenientes de la burguesía. Esta concentración del poder (que lo erigió en monarca absoluto y consolidó la posición dominante de Francia en Europa) suele ser ilustrada con la famosa frase que le ha sido atribuida: “El Estado soy yo”.
Otras monarquías absolutas
El absolutismo fue adoptado en casi todas las monarquías europeas del siglo XVII. La excepción más notable fue Inglaterra, que tuvo dos reinados a menudo considerados absolutistas, como fueron los de Carlos II (1660-1685) y Jacobo II (1685-1688), y un monarca anterior que algunos historiadores caracterizan como absoluto, como fue Enrique VIII (1509-1547), pero que desde 1688 vio consolidarse una monarquía constitucional.
- Federico Guillermo I de Prusia (1713-1740), inauguró el absolutismo prusiano, más austero y menos ostentoso que otros ejemplos europeos. Se rodeó de ministros, implementó reformas administrativas y militares, y estableció normas específicas para el desempeño de cargos públicos.
- Gustavo III de Suecia (1771-1792) representó la combinación entre absolutismo e ideas ilustradas que suele ser llamada “despotismo ilustrado”. En su reinado, implementó reformas como la libertad de imprenta o la moderación de penas y castigos, pero también concentró la autoridad política y quitó poder al parlamento.
- Fernando VII ocupó el trono de España en 1808 y, luego de la invasión napoleónica, entre 1814 y 1833. Cuando retornó al trono en 1814, abolió la Constitución de Cádiz de 1812 y restauró el absolutismo borbónico. Durante su reinado se sucedieron una serie de períodos definidos por la relación de fuerzas entre los sectores liberales y conservadores de la política española: el sexenio absolutista (1814-1820), el trienio liberal (1820-1823) y la década ominosa (1823-1833).
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Referencias
- Anderson, P. (1998). El Estado absolutista. Siglo XXI.
- Britannica, Encyclopaedia (2022). absolutism. Encyclopedia Britannica. Britannica
- Duchhardt, H. (1992). La época del Absolutismo. Alianza.
- Hunt, L., Martin, T. R., Rosenwein, B. H. & Smith, B. G. (2016). The Making of the West: Peoples and Cultures. 5a edición. Bedford/St. Martin’s.
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