Te explicamos quién fue Horacio Quiroga, cuáles fueron sus obras más destacadas y cómo fue su vida en la selva del norte argentino.
¿Quién fue Horacio Quiroga?
Horacio Quiroga fue un escritor, dramaturgo y poeta uruguayo, considerado como uno de los más destacados cuentistas de América Latina, iniciador de una tradición que perdura hasta el presente y heredero del también cuentista estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849).
Durante buena parte de su vida, Quiroga se desempeñó como periodista, docente y juez de paz, pero el mayor reconocimiento que recibió provino de su obra cuentística. Son muy conocidos sus libros de relatos de la selva, para los cuales hallaba inspiración en la selva misionera del norte argentino, así como otros relatos siniestros y sangrientos como “La gallina degollada” y “El almohadón de plumas”.
Quiroga, además, dedicó esfuerzos a reflexionar sobre el cuento como género literario, y produjo su célebre “Decálogo del perfecto cuentista”, en el que propone las diez consideraciones fundamentales que debe seguir cualquier escritor de cuentos.
La vida de Quiroga estuvo marcada por la depresión y la muerte, y tuvo un final trágico a los 58 años de edad, cuando se suicidó ingiriendo cianuro. Había sido diagnosticado con un cáncer intratable e inoperable.
Ver también: Modernismo
Nacimiento e infancia de Horacio Quiroga
Horacio Quiroga nació el 31 de diciembre de 1878 en la ciudad uruguaya de Salto, próxima al río Uruguay, en el seno de una familia burguesa: su padre era el cónsul argentino en Uruguay, emparentado con el caudillo Juan Facundo Quiroga (1788-1835).
La muerte estuvo presente en el hogar desde temprano. Cuando Quiroga tenía pocos meses de vida, su padre murió en un accidente de caza. Su madre, Pastora Forteza, volvió a casarse en 1891 y Mario Barcos, su nuevo esposo, sufrió un derrame cerebral en 1896 que lo dejó paralizado. Ese mismo año, el padrastro de Quiroga decidió quitarse la vida y se disparó en la cabeza con una escopeta. Quiroga, con apenas 18 años de edad, presenció este terrible evento al ingresar a la habitación.
Ya en ese entonces, Quiroga había realizado estudios secundarios y técnicos en la ciudad de Montevideo, y había manifestado su interés por la literatura, la química, la fotografía y, en especial, el ciclismo y la vida campestre. Invertía largas horas en talleres de reparación de maquinarias y herramientas, y realizó viajes en bicicleta a poblaciones cercanas.
Devoto del materialismo filosófico, comenzó a escribir sus primeros textos (poemas) entre 1894 y 1897. También comenzó a colaborar en revistas uruguayas, como La revista y La reforma, y en 1898 se enamoró por primera vez, de la joven María Esther Jurkovski, cuyos padres no aprobaron la unión. Este desamor, sin embargo, inspiró en Quiroga varias obras más adelante.
El viaje de Horacio Quiroga a París
Quiroga empleó la herencia recibida de su padrastro para viajar a París, lo cual era un hito en la vida de los jóvenes intelectuales de la época. Allí tuvo lugar una transformación: el joven educado que partió de Montevideo en primera clase regresó en tercera, harapiento y decadente, tras vagar empobrecido durante cuatro meses en la capital francesa. A partir de entonces llevaría la tupida barba negra que lo caracterizó toda la vida.
De vuelta en Uruguay, Quiroga publicó sus vivencias parisinas en su Diario de un viaje a París, y se marchó a Montevideo. Allí fundó un grupo literario con otros escritores y amigos, como José María Delgado (1884-1956), Federico Ferrando (1877-1902) y sobre todo Alberto J. Brignole y Julio J. Jauretche, a quienes conocía desde la adolescencia. Este grupo se llamó el “Consistorio del Gay Saber” y presidió la vida literaria local durante sus dos años de existencia.
En 1901 apareció su primer libro, Los arrecifes de coral, una compilación de más de cincuenta textos en verso y prosa que dedicó a Leopoldo Lugones (1874-1938), poeta argentino que admiraba enormemente. Ese mismo año, sin embargo, la muerte tocó de nuevo a su puerta: dos de sus hermanos, Prudencio y Pastora, murieron de fiebre tifoidea.
Al poco tiempo, mientras Quiroga limpiaba y revisaba el revólver con que su amigo y compañero Federico Ferrando pensaba batirse en duelo, el mecanismo del arma se accionó accidentalmente y la bala le quitó la vida a Ferrando. Quiroga fue detenido e interrogado por la policía, y estuvo en la cárcel durante cuatro días, mientras se comprobaba la naturaleza accidental del homicidio.
Al recuperar su libertad, Quiroga disolvió el Consistorio del Gay Saber y en 1902 decidió abandonar para siempre el Uruguay. Radicado en Argentina, consiguió trabajo como docente y se hospedó con su hermana María, en Buenos Aires. Allí colaboró con diversas revistas y diarios, entre ellos Caras y caretas, PBT y La Nación.
Horacio Quiroga y la selva misionera
El primer viaje de Quiroga a la selva misionera fue en 1903, cuando acompañó a Leopoldo Lugones en una investigación sobre las ruinas jesuíticas de la región. Quiroga iba en calidad de fotógrafo y la selva tomó su corazón a partir de la primera imagen capturada. Tanto es así que en 1906 compró un terreno en Misiones y planificó su vida lejos de la ciudad.
Pero antes Quiroga debutó con rotundo éxito como cuentista. En 1904 apareció su primer libro de cuentos, El crimen del otro, elogiado por José Enrique Rodó (1871-1917) y fuertemente influenciado por el trabajo de Edgar Allan Poe. De hecho, a partir de entonces se le compararía continuamente con el maestro estadounidense del relato.
En 1905 apareció una novela breve, Los perseguidos, donde reflejaba sus primeras experiencias en la selva. Pero su mayor notoriedad provino de sus colaboraciones en revistas como Caras y caretas, donde publicó su famoso cuento “El almohadón de plumas”. En su momento de mayor cotización, Quiroga publicaba alrededor de ocho cuentos anuales en estas revistas.
Ansioso de abandonar la ciudad, Quiroga adquirió 185 hectáreas de terreno en San Ignacio, en la selva misionera, y allí comenzó a planificar el lugar en que más adelante habitaría. En ese entonces era profesor de castellano y literatura, y las vacaciones de 1908 las dedicó por entero a la construcción de un bungalow a orillas del Alto Paraná.
El primer matrimonio de Quiroga
Quiroga se enamoró de una de sus alumnas del Colegio Normal 8, Ana María Cires, y le dedicó su siguiente obra literaria, Historia de un amor turbio, de 1908. A pesar de que los padres franceses de ella se oponían a la unión, Quiroga en 1909 le propuso matrimonio.
Ese mismo año se casaron y abandonaron Buenos Aires para instalarse en el terreno de Misiones. Quiroga, entretanto, renunció a su cargo docente para dedicarse a sus yerbatales y luego fue designado como juez de paz en San Ignacio, cargo que desempeñó muy mediocremente.
En 1911, el matrimonio tuvo a su primera hija, Eglé, fue un parto natural en la soledad de la choza misionera, y al año siguiente nació el hijo menor, Darío, pero esta vez en Buenos Aires. Quiroga les dedicó a sus hijos una enorme atención: se ocupó personalmente de educarlos, enseñarles a lidiar con la selva, a criar animales y a disparar una escopeta.
Quiroga fabricaba todo con sus propias manos, hacía de barbero, sastre, pedicuro e incluso cazaba animales salvajes en la jungla. El resto del tiempo lo invertía en escribir, una labor que nunca cesaba. Sin embargo, la vida del matrimonio transcurría entre penurias económicas: ni el cultivo de naranjas, ni el salario de funcionario o el dinero de las colaboraciones en revistas de Buenos Aires eran entradas significativas de dinero.
Finalmente, en 1915, su esposa ingirió una fuerte dosis de un compuesto químico para el revelado de fotos y, tras una semana de agonía, murió. Quiroga, sumamente afectado, la enterró en San Ignacio y jamás volvió a visitar su tumba. A finales de 1916, decidió volver con sus hijos a Buenos Aires.
El regreso a Misiones de Quiroga
Desde 1916 hasta 1925, Quiroga vivió en Buenos Aires, desempeñando funciones diplomáticas en el consulado uruguayo. Su vida giraba en torno a sus hijos y su escritura, que atravesó entonces un gran momento. Sus atormentadas experiencias cristalizaron en obras de importancia, como Cuentos de amor de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918) y El salvaje (1919).
En 1920 fundó otra sociedad literaria, llamada “Agrupación anaconda”, mientras colaboraba con distintas revistas y con el diario La Nación, escribía su primera y única obra teatral (las sacrificadas, estrenada en 1921) y su único guion cinematográfico (La jangada florida) que nunca llegó a filmarse. Además, durante este período tuvo un romance con la poeta argentina Alfonsina Storni (1892-1938), a quien menciona a menudo en su correspondencia.
Quiroga decidió volver a Misiones y volvió a enamorarse, esta vez de una joven de 17 años llamada Ana María Palacio, cuyo amor no prosperó, pues los padres de ella se la llevaron al extranjero. El despecho inspiró a Quiroga a escribir El pasado amor (novela publicada en 1929) y a construir con sus propias manos un bote llamado “gaviota”, en el que navegó río abajo desde San Ignacio hasta Buenos Aires.
En una carta a Ezequiel Martínez Estrada (uno de los más grandes ensayistas de Argentina y uno de sus mejores amigos, a quien llamaba "hermano"), Quiroga explicaba su relación con la selva:
Solo veré mañana o pasado en el sueño profundo que nos ofrezca la naturaleza, su apacibilísimo descansar. He de morir, regando mis plantas, y plantando el mismo día de morir. No hago más que integrarme en la naturaleza, con sus leyes y armonías oscurísimas, aun para nosotros, pero existentes.
Tomado de: Las raíces de Horacio Quiroga (1961) de Emir Rodríguez Monegal.
En 1926, de vuelta en Buenos Aires, Quiroga alquiló una quinta en Vicente López, en las afueras de la ciudad. Allí enfrentó el tercer y más maduro de sus períodos literarios, cuyo punto máximo lo representa su libro de cuentos Los desterrados (1927). En ese entonces recibió numerosos homenajes a su obra y su figura, a pesar de que su novela El pasado amor no llegó a vender sino cuarenta ejemplares.
Quiroga contrajo matrimonio por segunda vez en 1927, con Maria Elena Bravo, compañera de escuela de su hija Eglé, cuya edad rondaba los 20 años. Y al año siguiente nació su tercera hija, María Helena, apodada “Pitoca”.
Enfermedad y muerte de Quiroga
Hacia 1932, la vida matrimonial de Quiroga había dejado de ser feliz. El escritor se negaba a cumplir los horarios y las exigencias de su trabajo con el consulado uruguayo, y era presa de los celos continuamente, dada la juventud de su mujer. A ello vino a sumarse una sensación de rechazo de las nuevas generaciones de escritores.
Finalmente, Quiroga decidió mudarse de nuevo a Misiones. Consiguió un traslado de sus funciones burocráticas y se estableció con su familia en San Ignacio, tras rechazar una oferta para integrar el consulado uruguayo en Rusia. Pero la vida en la selva no le trajo la felicidad esperada: su esposa no pudo adaptarse y, además, en Uruguay se produjo un cambio de gobierno y Quiroga perdió su empleo diplomático.
Sin embargo, gracias a algunos amigos su panorama económico mejoró: pudo tramitar la jubilación argentina, y poco después fue nombrado cónsul honorario del Uruguay, con una renta vitalicia de 50 pesos. En ese mismo año, Quiroga publicó su última colección de cuentos, Más allá, y comenzó a mostrar los primeros síntomas de una enfermedad prostática.
Cuando sus dolencias se volvieron insoportables, Maria Elena convenció a Quiroga de mudarse a la ciudad de Posadas, donde podría recibir mejor atención médica. Allí le fue diagnosticada una inflamación prostática, y poco después su esposa e hija lo abandonaron definitivamente y emprendieron el regreso a Buenos Aires.
En 1937 ingresó al Hospital de Clínicas de Buenos Aires, donde recibió tratamiento y le fue diagnosticado un cáncer intratable. De cara a una muerte dolorosa e inevitable, Quiroga decidió quitarse la vida. La noche del 19 de febrero de ese año ingirió un vaso de cianuro y falleció a los pocos minutos.
El cuerpo de Horacio Quiroga fue velado en la Casa del Teatro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), de la cual había sido fundador y vicepresidente. Sus restos fueron repatriados al Uruguay, a pesar de sus deseos de ser cremado y esparcidas sus cenizas en la selva misionera.
Pocos años antes de ella misma suicidarse, Alfonsina Storni se despedía de su amigo Horacio Quiroga con los siguientes versos:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
y así como siempre en tus cuentos, no está mal;
un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.No se vive en la selva impunemente,
ni cara al Paraná.
Bien por tu mano firme, gran Horacio…
Allá dirán.Tomado de: Poemas (2017).
La obra literaria de Horacio Quiroga
A lo largo de su vida, Quiroga produjo una obra literaria singular, en la que destaca su cuentística. Su estilo se enmarca entre el lenguaje recargado del modernismo de Rubén Darío (1867-1916) y el estilo mórbido y efectista de la prosa de Edgar Allan Poe. También fue notoria su deuda con el naturalismo de Guy de Maupassant (1850-1893) y sobre todo el británico Rudyard Kipling (1865-1936), autor de El libro de la selva (1894), novela cuyos ecos pueden sentirse en la obra de Quiroga.
Su obra, de tipo realista, coquetea a menudo con lo fantástico y está casi siempre escenificada en la selva misionera o sus alrededores, donde destacan los elementos topográficos, de la fauna y del clima. En sus relatos, además, teñidos de dolor, horror y desesperación, se abordan temas considerados tabú para la época, por lo que puede considerarse a Quiroga como un escritor arriesgado y adelantado a su época.
Junto con su “Decálogo del perfecto cuentista”, la cuentística de Quiroga es hoy de lectura recomendada para las nuevas generaciones de narradores, en especial cuentos como “El hijo”, “La gallina degollada”, “El almohadón de plumas” o “El hombre muerto”. Además, se le considera como el primer crítico cinematográfico de la historia de Uruguay.
Entre las obras más destacadas de Horacio Quiroga se encuentran:
- Cuentos de amor de locura y de muerte (1917)
- Cuentos de la selva (1918)
- Anaconda y otros cuentos (1921)
- Los desterrados (1926)
Referencias
- Crow, J. A. (1939). “La locura de Horacio Quiroga”. Revista Iberoamericana, vol. 1, n.1, pp. 33-45.
- Delgado, J. M. y Brignole, A. (1939). Vida y obra de Horacio Quiroga. C. García y cía.
- Jitrik, N. (1959). Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo. Ediciones Culturales Argentinas.
- Orgambide, P. (1997). Horacio Quiroga: una biografía. Planeta.
- Paganini, A., Paternain, A. y Saad, G. (1969). Cien autores del Uruguay. Centro Editor de América Latina (CELA).
- Rodríguez Monegal, E. (1961). Las raíces de Horacio Quiroga. Asir.
- Storni, A. (2017). Poemas. Biblioteca del Congreso de la Nación (Argentina).
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