Te explicamos quién fue Aníbal, cuáles fueron sus principales hazañas militares y por qué se lo conoce como “el padre de la estrategia”.
¿Quién fue Aníbal?
Aníbal Barca fue un general y estadista cartaginés y uno de los mayores genios militares de la Antigüedad. Se lo recuerda por sus atrevidas y exitosas acciones contra el Imperio romano durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.). En especial, por su invasión del norte de Italia desde Hispania, para lo que debió cruzar los Alpes y los Pirineos con su ejército.
El genio militar de Aníbal le ganó no solo la admiración de sus seguidores, sino también el respeto de sus rivales, y le otorgó un lugar en la política cartaginesa. Enemigo acérrimo de los romanos, su impacto en la cultura del imperio fue tal que durante siglos se utilizó la expresión Hannibal ad portas (“Aníbal está a nuestras puertas”) para referir a un desastre inminente.
El nombre y las hazañas de Aníbal sobrevivieron a los siglos y son hoy en día fuente de inspiración para biografías y ficciones literarias y cinematográficas. A menudo se lo compara con otros grandes militares de la Antigüedad, como Alejandro Magno (356-323 a. C.) o Julio César (100-44 a. C.).
Ver también: Fenicios
Los orígenes de Aníbal
Aníbal Barca nació en el año 247 a. C. en la antigua ciudad de Cartago, capital de la entonces República cartaginesa (también conocida como “Estado púnico”). Cartago era una potencia comercial y militar que se disputaba el control del mar Mediterráneo con el Imperio romano. Se encontraba en el norte de África, en el territorio de la actual Túnez.
Aníbal fue el primogénito del general cartaginés Amílcar, una de las figuras clave de la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.), a quien los cartagineses apodaron “Barca” (del fenicio barqa, “rayo”). Este sobrenombre fue heredado por toda su descendencia (conocidos como los bárcidas) y usado como apellido. Los hermanos menores de Aníbal fueron Asdrúbal y Magón.
No es mucho lo que se conoce sobre la infancia de Aníbal. Sí se sabe que buena parte de su formación estuvo a cargo del espartano Sosilo de Lacedemonia (siglo III a. C.), ya que en ese entonces la cultura púnica estaba fuertemente influenciada por la herencia griega del imperio de Alejandro Magno.
¿Qué fue el Estado púnico? El Estado púnico (también llamado “Imperio cartaginés” o “República cartaginesa”, dependiendo del momento de su historia política) fue una civilización clásica que se desarrolló en las orillas meridionales del mar Mediterráneo entre 814 y 146 a. C., aproximadamente. Su nombre proviene del término latino para los fenicios (phoínikes), ya que los cartagineses eran los herederos de la antigua Fenicia.
Siendo apenas adolescente, Aníbal acompañó a su padre al campo de batalla durante la toma cartaginesa de la península ibérica (c. 237-228 a. C.). Para ello, debió prestar juramento de ser enemigo de Roma durante el resto de su vida. Primero junto a su padre, y, tras su muerte, junto a su cuñado Asdrúbal “el Bello” (c. 270-221 a. C.), Aníbal aprendió las artes de la guerra en vivo y sobre el terreno. A los 17 o 18 años, fue nombrado jefe de Caballería.
Como parte de la consolidación de los intereses de Cartago en la península ibérica, el joven Aníbal contrajo matrimonio con la princesa íbera Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo, alrededor del 220 a. C. Su unión selló la alianza entre Oretania y Cartago, y de ella nació un solo hijo llamado Aspar.
Ver también: Período Clásico (Europa)
El ascenso de Aníbal
En 221 a. C., Asdrúbal “el Bello” fue asesinado en Iberia y las tropas inmediatamente aclamaron a Aníbal como su sucesor. Su reputación de combatiente fiero e inteligente lo precedía, así como su linaje familiar. Por eso, Aníbal fue proclamado comandante en jefe de las fuerzas cartaginesas a pesar de la oposición de algunos aristócratas rivales.
Desde el comienzo de su mandato, Aníbal se dedicó a consolidar el dominio de Cartago en la península ibérica. Existen numerosos relatos sobre los éxitos militares y políticos de Aníbal allí. Curiosamente, muchos provienen de historiadores romanos como Diodoro Sículo (c. 90-30 a. C.) y Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.), o bien del historiador griego Polibio (c. 200-120 a. C.).
En su primera campaña ibérica, Aníbal combatió a los rebeldes, conquistó a los olcades y a los vacceos, y regresó cargado de riquezas al puerto cartaginés de Qart Hadasht (“Nuevo Cartago”), correspondiente a la actual Cartagena. Su relación con la tropa era estrecha y su genio militar, incuestionable.
En una segunda campaña, las fuerzas de Aníbal atravesaron la sierra de Gredos para invadir Helmantica y Toro (equivalentes a las actuales Salamanca y Arbucala), lo cual supuso un buen entrenamiento para el futuro cruce de los Alpes.
Durante su retorno, fueron emboscados por las fuerzas rivales y obligados a retirarse hacia el río Tajo, donde el comandante puso a prueba los elefantes de su ejército. El éxito fue tremendo: los gigantescos animales causaron pánico entre las tribus célticas, por lo que Aníbal decidió incrementar cuanto antes su número en el ejército cartaginés.
Se dice que, como su padre, Aníbal ejercía la estrategia militar de manera implacable, pero que luego era justo y sensato con los vencidos, siempre y cuando cumplieran los términos pactados durante su rendición. Su ejército no solo conquistó a sus propios rivales, sino también a los rivales de sus aliados, garantizándoles su protección.
La Segunda Guerra Púnica
Los éxitos de Aníbal en la península ibérica atrajeron pronto la atención de los romanos. Aunque existía un acuerdo que delimitaba las áreas de influencia de las dos potencias en la región, heredado de la Primera Guerra Púnica, los romanos se aliaron con la ciudad de Arse (actual Sagunto), ubicada en la zona de influencia cartaginesa, y la declararon un protectorado.
Esta medida generó importantes tensiones entre Roma y Cartago. Los cartagineses argumentaban que la ciudad formaba parte del territorio bajo su influencia y, por lo tanto, tenían derecho a lidiar con ella como quisieran. Los romanos, a su vez, alegaban que al tratarse de una ciudad aliada, los cartagineses tenían prohibido el acceso a ella.
Aníbal consideró inaceptables los argumentos romanos y marchó sobre Arse en 219 a.C. Tras un asedio de ocho meses, la ciudad se rindió y fue invadida y saqueada, lo cual generó reclamos indignados de Roma al Senado cartaginés. Cartago se negó a resarcir a sus rivales por las acciones de Aníbal y el Imperio romano declaró la guerra.
Los romanos se prepararon para atacar el Estado púnico en dos frentes: en la península ibérica y al norte de África, empleando para ello la isla de Sicilia como base de operaciones. La flota cartaginesa había sido diezmada durante el primer enfrentamiento entre las dos potencias y no podría oponer resistencia. Consciente de la situación, Aníbal decidió llevar la guerra al corazón del Imperio romano. Se propuso una rápida y ambiciosa invasión terrestre que, partiendo de los territorios ibéricos, penetrara en la Galia transalpina romana y, cruzando las montañas, tomara el norte de Italia.
A comienzos de 218 a. C., Aníbal inició sus preparativos: envió sus tropas íberas a proteger los territorios del norte de África y dejó un destacamento cartaginés, al mando de su hermano Asdrúbal Barca (245-207 a. C.), para defender la península ibérica.
El resto de sus fuerzas, calculadas en cerca de 90.000 soldados, 12.000 jinetes y 40 elefantes de guerra, marcharon hacia el norte y cruzaron el río Ebro, adentrándose en territorio romano. Su ataque tomó completamente por sorpresa a los romanos, que no veían posible una invasión a su territorio sin contar con una armada poderosa.
El cruce de los Alpes
En el otoño de 218 a. C., el ejército cartaginés alcanzó los Pirineos y derrotó con rapidez a los pueblos ilergetes, bergistanas, airenosinos y andosinos, para luego avanzar hacia el Ródano. En sus riberas se enfrentó con los volcas, aliados de Roma, y tuvo la primera victoria decisiva de la Segunda Guerra Púnica.
Las fuerzas de Aníbal llegaron a comienzos del invierno a la base de la cordillera alpina. Debían organizarse para cruzar lo más rápido posible. Demorar el paso significaba quedar atrapados por el invierno en lo alto de la montaña, y esperar hasta la primavera implicaba dar a los romanos tiempo de organizar un ejército en su contra.
No se tiene certeza de cuál fue la ruta exacta elegida por Aníbal, pero el ascenso fue arduo y, durante el cruce de las montañas, su ejército enfrentó pérdidas importantes. Sus tropas no estaban acostumbradas al frío y la nieve, y en el trayecto fueron asediadas por otros pueblos ítalos, como los centrones. Además, una vez que cruzaron la cordillera, se encontraron con un camino mucho más escarpado y repleto de caídas fatales.
Quince días tardó el ejército cartaginés en cruzar los Alpes. Una vez del otro lado, exhaustos, desmoralizados y con importantes bajas en sus números, acamparon en las llanuras del Po y repusieron sus fuerzas. El factor sorpresa era ahora la mayor de sus fortalezas.
El cruce de los Alpes fue una hazaña importante en la historia militar de la Antigüedad. Fue reseñada y estudiada por los romanos durante siglos, contribuyendo así a preservar la memoria del ejército de Aníbal. Inspiró también a numerosos artistas posteriores, que la plasmaron en sus cuadros, como el francés Nicolas Poussin (1594-1665), el español Francisco de Goya (1746-1828) y el británico William Turner (1775-1851), entre otros.
La invasión de Italia
Aníbal y sus fuerzas invadieron el territorio italiano en noviembre de 218 a. C. y el cónsul romano Publio Cornelio Escipión (c. 255-211 a. C.) salió a su encuentro. La primera escaramuza entre la avanzada de ambos ejércitos, compuestos por jinetes y al mando de los dos generales, tuvo lugar a orillas del río Tesino, donde se produjo una rápida victoria de parte de las tropas invasoras.
El general romano, herido durante el combate, fue salvado a último momento y logró retirarse a su campamento, pero las noticias de su derrota recorrieron Italia. Una parte del ejército romano, concentrado en Sicilia, fue movilizada hacia el norte, para interceptar a las fuerzas de Aníbal.
Entre el invierno de 218 y la primavera de 217 a. C., Anibal avanzó victorioso hacia el sur de Italia. Derrotó a sus rivales romanos en las batallas de Trebia, del Lago Trasimeno, de los Pantanos de Plestia, del Ager Falernus y de Geronio. Sus fuerzas parecían ser invencibles.
En 216 a. C., el ejército cartaginés se hallaba ya en inferioridad numérica frente a sus oponentes romanos. Pero incluso así, el genio militar de Aníbal quedó en evidencia en la batalla de Cannas, en el sudeste italiano. Esta supuso la mayor derrota militar que había sufrido hasta entonces el ejército romano: superados casi 2 a 1 por sus enemigos, los cartagineses lograron masacrar casi a la totalidad del ejército defensor.
La batalla de Cannas es considerada una obra maestra de la táctica militar. Contra las 6000 bajas del ejército cartaginés, los romanos pagaron con alrededor de 50.000 hombres, entre ellos el cónsul Lucio Emilio Paulo (s. III-216 a. C.) y un buen número de tribunos y senadores.
A estas alturas, Aníbal carecía de recursos para invadir Roma. Sin embargo, numerosos pueblos sometidos por los romanos vieron en esa ocasión la oportunidad de aliarse a Cartago y alzarse en armas. El rey Filipo V de Macedonia (238-179 a. C.), por ejemplo, emprendió la Primera Guerra Macedónica. Lo mismo hicieron los pueblos de Cerdeña y de Siracusa en Sicilia, los cuales recibieron ayuda cartaginesa contra Roma.
La batalla de Zama y la derrota de Aníbal
La Segunda Guerra Púnica torció su rumbo hacia el año 213 a. C. Las fuerzas cartaginesas, desprovistas de refuerzos, comenzaron a sentir el desgaste y a sufrir deserciones. Los romanos recuperaron las ciudades de Casilinum y Arpí, y en 211 a. C. asediaron la ciudad de Capua, aliada de Aníbal.
Ese mismo año, la ciudad de Siracusa perdió su guerra contra Roma y Publio Cornelio Escipión (236-183 a. C.) desembarcó en la península ibérica. El segundo intento romano por retomar los territorios de Hispania fue exitoso, y entre 209 y 206 a. C., los cartagineses fueron expulsados de los territorios ibéricos.
En 208 a. C., el hermano menor de Aníbal, Asdrúbal, cruzó los Alpes con un contingente cartaginés para prestar auxilio a su hermano. Pero sus comunicaciones fueron interceptadas y su ejército emboscado por las fuerzas romanas en Metauro. Asdrúbal fue derrotado y decapitado, y su cabeza enviada al campamento de Aníbal. Según se cuenta, al verla el general cartaginés pronunció: “He allí el destino de Cartago”.
Tres años después, la invasión de Aníbal había llegado a su fin. Recuperadas sus fuerzas, los romanos iniciaron su marcha sobre los territorios púnicos, y el reino de Numidia Oriental, antiguo aliado de Cartago, se alió con los invasores. Aníbal regresó a Cartago para asistir en la defensa y hacer frente al ejército de Escipión en las llanuras de Zama Regia, cerca de la capital cartaginesa.
Allí, en 202 a. C., se produjo el combate decisivo entre Roma y Cartago. Aníbal tenía un nuevo contingente de elefantes, pero los romanos contaban con novedosas estrategias para hacerles frente, que incluían músicos con instrumentos ruidosos para espantarlos. El resultado fue desastroso para Cartago. Sus fuerzas sufrieron bajas cercanas a los 20.000 fallecidos, 11.000 heridos y 15.000 prisioneros, frente a los 2500 romanos muertos y 4000 heridos.
La Segunda Guerra Púnica llegaba a su fin. Tras dieciséis años operando en territorio enemigo, Aníbal fue derrotado en suelo cartaginés. El general romano Escipión fue apodado “el Africano” luego de su aplastante victoria, y el propio Aníbal se vio obligado a negociar la rendición. Sus términos fueron humillantes para Cartago: se le prohibió tener una flota militar, su política exterior se sometió a la aprobación de Roma y se le impusieron severos tributos en oro.
En 201 a. C., se firmó el tratado de paz. Aníbal tenía 46 años de edad.
La vida política de Aníbal
Una vez culminada la Segunda Guerra Púnica, Aníbal regresó a su ciudad natal y se sumó a la vida política de la república, que se encontraba dividida entre una facción democrática y una oligarquía conservadora. La primera deseaba retomar la expansión militar en África, mientras que la segunda defendía la entrega al comercio y el cobro de tributo a las colonias cartaginesas.
Existían, además, importantes diferencias respecto a cómo enfrentar los tributos impuestos por Roma. Cuando Aníbal fue elegido en 196 a. C. para el cargo público de sufete (o sea, magistrado civil), dispuso que los pagos provinieran de las fortunas de los oligarcas y no del erario público.
Naturalmente, esto disgustó a los integrantes del bando contrario, quienes conspiraron en contra de Aníbal. Lo acusaron ante Roma de incitar al rey de Siria, Antíoco III “el Grande” (241-187 a. C.), a rebelarse contra el mandato romano y procuraron que el Senado cartaginés lo entregase a sus enemigos.
Aníbal, entonces, se vio obligado a exiliarse, primero en Tiro y luego en Éfeso, alrededor de 195 a. C. Allí fue recibido con honores por Antíoco III, quien en efecto se preparaba para la guerra con Roma, y tomó parte en la Guerra romano-siria en 191 a. C. Aníbal dirigió una flota fenicia en contra de los romanos, pero, desacostumbrado a la guerra naval, fue derrotado en la batalla del río Eurimedonte.
Tras la derrota siria, Aníbal huyó a Asia menor y fue acogido por el rey Prusias I de Bitinia (s. III a. C.), quien se hallaba en guerra con la ciudad griega de Pérgamo, aliada de los romanos.
La muerte y el legado de Aníbal
Alrededor del año 183 a. C., el rey bitinio recibió una comitiva romana solicitando que les entregaran a Aníbal. El monarca, sin usos ya para el cartaginés, cedió a la petición. El mayor enemigo de Roma se encontró, entonces, sin lugar a donde escapar.
Al enterarse de la traición de sus hospedadores, Aníbal decidió suicidarse. En sus aposentos de la ciudad de Gebze, a los 64 años de edad, ingirió una dosis de veneno y falleció.
Treinta y cuatro años después del fallecimiento de Aníbal, una nueva guerra se desató entre Roma y Cartago. Al término de esta Tercera Guerra Púnica (149-146 a. C.), los romanos invadieron y destruyeron completamente la ciudad de Cartago.
La memoria de Aníbal y de sus hazañas militares no pereció con él. El “padre de la estrategia” se convirtió en un fantasma político a lo largo de toda la historia de Roma, donde fue considerado el mayor enemigo jamás enfrentado. Su indiscutible genio militar fue objeto de estudio por parte de los historiadores romanos e incluso llegó a tener estatuas en algunos rincones de Italia.
Por otro lado, diferentes momentos de su vida han inspirado a artistas y escritores de todos los tiempos, y sus tácticas militares se estudian todavía hoy en las academias del mundo entero.
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Referencias
- Blásquez, J. M. (2018). Aníbal. Real Academia de la Historia. https://dbe.rah.es/
- Culican, W. y Hunt, P. (2023). Hannibal. Carthaginian general (247-c.181 BCE). The Encyclopaedia Britannica. https://www.britannica.com/
- National Geographic. (s. f.). Aníbal Barca: ¿quién fue y cómo murió? https://historia.nationalgeographic.com.es/
- Martínez-Pinna, J. (2016). Breve historia de las Guerras Púnicas. Nowtilus.
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