Te explicamos quién fue Pablo Escobar, cómo inició su vida delictiva y por qué se le considera uno de los mayores criminales de la historia.
¿Quién fue Pablo Escobar?
Pablo Escobar fue un criminal y narcotraficante colombiano, fundador y máximo líder de la organización delictiva conocida como el cartel de Medellín. Apodado el “Rey de la cocaína”, en sus apenas 44 años de vida, fue el mayor narcotraficante del mundo durante la década de 1980, y llegó a amasar una fortuna estimada en 30.000 millones de dólares.
En el apogeo de su imperio criminal, Escobar llevó un estilo de vida extravagante y tuvo una propiedad de 2.800 hectáreas llamada “Hacienda Nápoles”, en la cual tenía lagos artificiales, una pista de aterrizaje, un zoológico, una plaza de toros y estatuas de tamaño real de dinosaurios.
Asimismo, creó diferentes organizaciones filantrópicas y de asistencia social que le permitieron adquirir una imagen a lo Robin Hood, al punto de llegar a ocupar una silla en el congreso de la nación en 1982.
Sin embargo, la crueldad de Escobar era célebre entre sus conocidos y colaboradores: solía decir que los problemas los resolvía con “plata o plomo” (dinero o violencia). En 1989 fue el responsable intelectual de la colocación de una bomba en un avión, que asesinó a alrededor de 100 personas.
Muerto a tiros por la policía en 1993, su figura forma parte de la mitología urbana contemporánea y ha sido fuente de inspiración de numerosas obras de ficción literaria y cinematográfica.
Ver además: Drogadicción
La infancia de Pablo Escobar
Pablo Emilio Escobar Gaviria nació el 1 de diciembre de 1949 en la población de Río Negro, en el estado colombiano de Antioquia. Fue el segundo de los siete hijos de un hogar humilde, y sus padres fueron el campesino Abel de Jesús Escobar Echeverri y la maestra de escuela Hermilda de los Dolores Gaviria Berrío.
Al poco tiempo de haber nacido Pablo, la familia se mudó a Envigado, en los suburbios de Medellín, la segunda ciudad más importante de Colombia. Allí Pablo creció y pronto demostró sus capacidades para el liderazgo y las transacciones: junto a su primo Gustavo Gaviria hacían rifas, intercambiaban revistas y hacían préstamos de dinero a bajo interés.
Además, Pablo se hizo elegir como presidente del Consejo de Bienestar Estudiantil, y tenía acceso a información escolar, como los exámenes. Algunos profesores lo recuerdan como un joven silencioso, obsesionado con su apariencia y acomplejado por su estatura. En esta época, Pablo entró en contacto con la izquierda revolucionaria. Muchos de sus antiguos compañeros emprendieron la lucha armada. Según ellos, Pablo simpatizaba con el imaginario izquierdista, pero a la vez soñaba con amasar una verdadera fortuna.
En 1969 culminó sus estudios de bachillerato en el liceo Lucrecio Jaramillo Vélez, y fue admitido en la carrera de Economía de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín. Pero pronto perdió el interés en los estudios universitarios y prefirió dedicarse a los negocios ilícitos. Se dice que juró suicidarse si a los 25 años no tenía un millón de pesos a su disposición.
Sus comienzos en el narcotráfico
Desde su mudanza a Medellín, Pablo había tenido contacto con otros jóvenes de la barriada popular. Entre ellos, los hijos de la adinerada familia Henao: Mario, Carlos y Fernando, y su propio primo Gustavo. Desde la adolescencia, Pablo, Mario y Gustavo se hicieron amigos y compañeros de aventuras delictivas, entre las que estaban la falsificación de diplomas, el contrabando de equipos de sonido y el robo de lápidas de aluminio.
Esta tríada de delincuentes juveniles llamó la atención de las bandas organizadas locales, entre ellas la de Diego Echavarría Misas, un famoso contrabandista, y más adelante de Alfredo Gámez López, apodado el “Padrino”, el mayor contrabandista del país. Ya en ese entonces Pablo y sus secuaces eran expertos ladrones de automóviles.
Inicialmente actuaron de guardaespaldas y sicarios, pero pronto el “Padrino” Gámez López les ofreció viajar a comprar pasta de coca a Perú y Ecuador, para su posterior procesamiento en Colombia. Fue así como llegaron al narcotráfico. Eran los años de la “Bonanza Marimbera” y miles de dólares ingresaban a Colombia fruto de la exportación de marihuana a los EE. UU.
Durante esos años, además, conocieron a Elkin Correa y a Jorge González, dos contrabandistas. De ellos Pablo aprendió las rutas del contrabando y estableció conexiones importantes en el mundo de la droga, que le serían muy útiles más adelante para fundar el cartel de Medellín. El temple de acero de Pablo, su personalidad implacable y el hecho de que no consumiera cocaína le hicieron muy popular en la organización.
El 9 de junio de 1976 Pablo y Gustavo fueron detenidos por primera vez, en las inmediaciones de Medellín, transportando un cargamento de 20 kilos de cocaína. Llevaban la droga oculta en las ruedas de su automóvil. Pero tras unos pocos meses en prisión, fueron puestos nuevamente en libertad.
Se conoció como la “bonanza marimbera” al ingreso millonario de dólares del narcotráfico a Colombia, entre 1974 y 1985, fruto de la exportación ilegal de marihuana a los Estados Unidos. Esta “bonanza” fue muy significativa para el crecimiento de los carteles locales de la droga, y acabó a mediados de la década de 1980, cuando el cultivo en Colombia fue mayoritariamente sustituido por el de cocaína.
El matrimonio con “La Tata”
Cuando tenía 24 años, Pablo conoció a Victoria Henao Vallejo, una de las hermanas de su colega Mario, y le declaró su amor. En aquel entonces, la joven tenía 13 años. A pesar de la oposición de su familia, Pablo y Victoria contrajeron matrimonio dos años después. En 1977 tuvieron a Juan Pablo y en 1984 a Manuela, y estuvieron juntos hasta la muerte de Pablo.
Tras la muerte de Pablo, Victoria y sus hijos tuvieron que huir de Colombia. Como casi ningún país aceptó recibirlos, emigraron a Mozambique, donde vivieron en condiciones muy ásperas.
Finalmente, cambiaron legalmente sus nombres y emigraron a Buenos Aires, donde fueron víctimas de extorsión por parte de un contador que conocía sus verdaderas identidades, y acabaron siendo encarcelados. 18 meses después, gracias a la intermediación del Premio Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel, fueron liberados.
Poco después del matrimonio de Pablo, el “Padrino” Gámez López fue denunciado e investigado por el Estado colombiano y acabó en la cárcel en dos ocasiones. Sus contactos en la política, sin embargo, le permitieron pagar apenas un año de prisión, antes de retirarse a la ciudad caribeña de Cartagena.
A partir de entonces, hubo muchos pequeños actores encargados del negocio de la droga. En 1977, todos ellos se juntaron en una misma organización, que recibió en 1982 el nombre del cartel de Medellín. Pablo Escobar estuvo entre sus fundadores y quedó a la cabeza de la organización, encargada de la producción, distribución y venta del 80 % de la cocaína consumida en Estados Unidos.
El cartel de Medellín
Desde sus comienzos, el cartel de Medellín tuvo una estructura jerárquica y bien organizada, que le permitía a los distintos actores compartir recursos, realizar operaciones y, sin embargo, mantener por separado sus centros de producción y sus negocios.
El nombre de “cartel de Medellín” le fue otorgado por la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), dado que la ciudad de Medellín era su centro principal de operaciones. El auge del cartel se dio en la década de 1980, conforme el consumo de cocaína se afianzó en los Estados Unidos y Colombia se convirtió en su mayor proveedor.
Para establecer su dominio, el cartel recurrió al asesinato, la corrupción y la compra de conciencias. Escobar, al mando de esta organización criminal, impuso la llamada “ley de plata o plomo”, según la cual el cartel ofrecía a los funcionarios del gobierno dinero a cambio de sus favores, o amenazas de violencia para ellos o sus familiares, si se negaban al soborno.
Eventualmente, el cartel recurrió al terrorismo y la confrontación armada, tanto con las fuerzas del Estado, como con las del cartel rival, cuya base de operaciones estaba en Cali. Esto último desató una cruenta “guerra de carteles” que se extendió desde 1986 hasta 1993.
El “Cartel de Cali”, llamado así por la DEA estadounidense, era conducido por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, así como por José Santacruz Londoño y Hélmer Herrera Buitrago. También se le conoció como “The Cocaine Inc.” o “Los caballeros de Cali”, e incluso “La KGB de Cali”.
Pablo Escobar y la política
Con tan solo 29 años, Pablo Escobar contaba ya con una considerable fortuna. Su apodo dentro del cartel era el “patrón” (o sea, el jefe). Entonces decidió que era hora de tener una fachada, o como él lo llamaba: “una pantalla” con la cual poder mostrarse abiertamente en público. Y fue así que Pablo Escobar ingresó al mundo de la política.
Presentándose como un filántropo, comenzó a mostrarse con abogados, financieros, políticos y a cultivar una imagen de hombre de éxito. Pronto inició la construcción de obras destinadas a las clases populares de Medellín, como estadios deportivos e incluso un barrio entero llamado “Medellín sin tugurios”, que luego fue conocido como “Barrio Escobar”. Este tipo de acciones le granjearon el afecto de las clases populares, pero también la acusación de populismo.
Al mismo tiempo, Escobar emprendió una vida de excesos y excentricidades. Invirtió unos 62 millones de dólares en comprar y acondicionar un terreno en Puerto Triunfo, a 180 kilómetros de Medellín. Allí emplazó su lujosa hacienda “Nápoles”, que contaba con una pista privada de aterrizaje y un hangar para aviones, motocicletas, camionetas y otros vehículos, una estación de servicio, una plaza de toros, una caballeriza, un centro médico, estatuas de dinosaurios y un zoológico de animales exóticos, como camellos, elefantes, rinocerontes, alces o hipopótamos.
“Nápoles” podía ser visitada por cualquier persona durante el fin de semana, pues Escobar consideraba que pertenecía también al pueblo colombiano. En la hacienda, además, se llevaban a cabo grandes celebraciones.
A través de la corrupción, la extorsión y el sicariato, Escobar logró hacerse de una importante cuota de influencias políticas, económicas, militares e incluso religiosas, pues a pesar de su prontuario criminal, jamás dejó de ser un ferviente católico.
De esta manera, Escobar alcanzó a inscribirse en el partido Nuevo Liberalismo, del cual luego fue expulsado. Posteriormente, logró hacerse elegir, mediante diversas artimañas, como suplente al Senado por el movimiento Alternativa Liberal en las elecciones parlamentarias de 1982.
La “pantalla” de Escobar, sin embargo, comenzó a fracturarse alrededor de 1983, cuando comenzaron las investigaciones respecto de su fortuna, por parte del ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla (1946-1984), parte del gobierno de Belisario Betancur. La investigación del dinero sucio en el fútbol colombiano y en la política, así como la reapertura de antiguos casos jurídicos contra Escobar, permitió a Lara la incautación de avionetas y propiedades empleadas en el narcotráfico, y expuso los laboratorios en la selva dedicados a la producción de cocaína. Así, no solo se cuestionó la elección al parlamento de Escobar, sino que se evidenció el origen del dinero que lo financiaba y se difundió la verdad por el diario El Espectador.
Escobar y sus aliados intentaron ensuciar la reputación del ministro, fabricando evidencia que lo incriminaba en corrupción, pero sin grandes resultados. Al final, el 30 de abril de 1984, Lara Bonilla fue acribillado por los sicarios de Escobar en su automóvil, cuando circulaba por las calles de Bogotá. Este asesinato motivó al presidente a aprobar una Ley de Extradición a Estados Unidos y declarar el Estado de sitio, lo que dio inicio a la guerra contra el narcoterrorismo en Colombia.
La guerra contra el narcoterrorismo
Hacia 1984, la carrera política de Escobar estaba acabada. Las revelaciones en El Espectador le habían costado su escaño en el parlamento y su visa a Estados Unidos, por lo que decidió retirarse de la vida pública. Poco después, se emitieron órdenes de captura contra los líderes del cartel de Medellín y Escobar tuvo que pasar a la clandestinidad.
Ese mismo año, las fuerzas policiales, en conjunto con la DEA estadounidense, descubrieron y allanaron un complejo de laboratorios de procesamiento de cocaína en las inmediaciones del río Yari, conocido como Tranquilandia. Fue un duro golpe para las operaciones de Escobar y el cartel respondió desatando una verdadera ola de terror: coches-bomba, periodistas asesinados y jueces baleados pasaron a ser noticias cotidianas.
Muchos políticos y funcionarios, comprados o amenazados por Escobar, dejaban a la organización actuar a sus anchas, a pesar de que sus líderes, apodados entonces como “Los extraditables”, ya eran públicamente conocidos. Al mismo tiempo, el cartel de Medellín concretaba aliados internacionales. Contaban ya con el apoyo de organizaciones similares en México, Honduras, Nicaragua y Cuba.
Hasta ese momento, Escobar y sus aliados controlaban el 90 % del tráfico de droga de Colombia, pero tenían buenas relaciones con los carteles rivales. Pero después del asesinato del ministro Lara, crimen que el cartel de Cali consideraba contraproducente, surgieron tensiones entre los dos carteles que inauguraron, a partir de 1986, una nueva escalada de violencia: la guerra entre carteles.
La guerra entre carteles
La ruptura entre los dos grandes carteles colombianos de la droga se produjo en términos que aún se desconocen. Según Jhon Jairo Velásquez “Popeye”, uno de los sicarios más famosos del cartel de Medellín, las tensiones se desataron cuando uno de los hombres más leales de Escobar le pidió a su patrón que intercediera para llevar a cabo una venganza personal contra un miembro del cartel de Cali, apodado “Piña”.
“Piña” era protegido por Helmer “Pacho” Herrera, cuarto al mando del cartel de Cali, y no vio con buenos ojos la petición de Escobar de que le cediera la vida de su esbirro. Cuando la solicitud de Escobar fue desatendida, el patrón ordenó el secuestro y ejecución de “Piña”, lo que desencadenó la ruptura entre las dos organizaciones.
Además de combatir al otro a través de la violencia, los carteles contribuyeron a la captura de los líderes rivales a manos de la policía. En este contexto, en 1987, Escobar perdió a dos de sus aliados más cercanos. En febrero fue detenido Carlos Lehder y en noviembre Jorge Luis Ochoa. Ochoa, sin embargo, fue liberado tras un motín en la cárcel La Modelo.
A inicios del año siguiente, un automóvil con 70 kilogramos de dinamita estalló frente al edificio Mónaco, en donde vivía la familia Escobar. No hubo víctimas fatales, pero la edificación quedó severamente dañada, y a pesar de que el cartel de Cali negó estar involucrado, Escobar consideró este evento como una declaratoria formal de guerra.
A partir de entonces, Escobar desató una ofensiva contra las operaciones de sus rivales caleños. En 1988 incendió y dinamitó decenas de propiedades de la familia Rodríguez Orejuela, y dio comienzo a una operación de espionaje en su contra.
Los años del horror
El año de 1989 fue uno de los más sangrientos del conflicto entre los carteles y el Estado.
A finales de 1988, el secretario general de la presidencia colombiana, Germán Montoya, había intentado una aproximación al grupo de “Los Extraditables”, abriendo la posibilidad de un diálogo. El cartel de Medellín propuso entonces al Estado una ley de indultos y un plan de desmovilización para poner fin al conflicto. La iniciativa no tuvo éxito, en gran medida debido a la negativa de los Estados Unidos a dialogar con los criminales.
La respuesta del cartel de Medellín no se hizo esperar, y asesinó a jueces, funcionarios gubernamentales y personalidades de la vida pública colombiana. El baño de sangre incluyó la detonación de la sede de la televisora Mundo Visión y el asesinato del precandidato presidencial Luis Carlos Galán, enemigo del narcotráfico y quien mayores chances tenía de resultar electo.
El asesinato de Galán reimpulsó la declaratoria de guerra al narcoterrorismo por parte del Estado colombiano. A través de nuevos decretos, el presidente Virgilio Barco Vargas aprobó medidas especiales (algunas incluso contrarias a lo establecido en la Constitución Nacional) para la persecución y trato de los narcotraficantes.
Entre ellas aprobó la extradición expedita a Estados Unidos, la confiscación de bienes personales de los narcotraficantes y la creación del Grupo Élite, compuesto por 500 agentes especialmente entrenados para lidiar con “Los Extraditables”. En los días siguientes, el gobierno realizó cerca de 450 allanamientos y arrestó a casi 13000 personas vinculadas con el narcotráfico.
El cartel de Medellín respondió con una declaratoria de guerra total. Entre septiembre y diciembre de 1989, más de 100 artefactos explosivos detonaron en las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Cartagena, Barranquilla y Pereira. Sumándole los actos de sicariato, se estima que hubo alrededor de 300 atentados terroristas durante esos 3 meses, con un saldo cercano a las 300 muertes civiles y más de 1500 heridos.
Sin embargo, el Estado colombiano no dio su brazo a torcer. En noviembre de 1989 estuvo a punto de apresar a Escobar en un operativo en la hacienda El Oro, en Antioquia, en el que murió su cuñado Fabio Henao y 55 de sus hombres fueron apresados. Posteriormente, el 15 de diciembre de 1989, el segundo al mando del cartel de Medellín, el “Méxicano” Rodríguez Hacha, fue acribillado por la policía en la costa norte del país, junto a su hijo y sus guardaespaldas.
Con el cerco estrechándose a su alrededor, “Los Extraditables” anunciaron otro llamado a diálogo con el Gobierno, pero antes secuestraron al hijo del secretario de la presidencia, Álvaro Diego Montoya y a dos parientes del presidente Barco. Una breve tregua tuvo lugar entonces y, a comienzos de 1990, se diseñó un comité de notables colombianos para dialogar con los narcoterroristas.
Escobar y sus aliados respondieron liberando a los secuestrados para evidenciar una verdadera voluntad de diálogo. Además, entregaron un bus repleto de explosivos y revelaron la ubicación de uno de sus laboratorios clandestinos en la localidad de Chocó. Pero el diálogo en realidad era un ardid para ganar tiempo, mientras iniciaba una operación a gran escala en Envigado, departamento de Antioquia.
El 30 de marzo, el cartel puso fin a la tregua. Escobar puso precio a la vida de cada policía con el que acabaran los delincuentes, lo cual desató una guerra urbana que dejó, hasta finales de julio, cientos de fallecidos y heridos, entre ellos el senador Federico Estrada Vélez.
Las fuerzas gubernamentales también cometieron excesos: en represalia por el asesinato de casi 215 policías entre abril y julio de 1990, sus escuadrones de la muerte ascendían a las barriadas populares cada noche para llevar a cabo ejecuciones clandestinas.
En junio de ese mismo año, fue asesinado el líder militar de Escobar, John Jairo Arias Tascón, alias “Pinilla”. Y luego de un operativo en Magdalena del que Escobar volvió a escapar milagrosamente, el cartel anunció una nueva tregua en el combate, a tiempo para la elección del nuevo gobierno de César Gaviria.
Encarcelamiento de Pablo Escobar
La nueva administración colombiana pareció dispuesta a terminar el conflicto lo antes posible. El 11 de agosto, el Grupo Élite asesinó en un tiroteo a Gustavo Gaviria Rivero, “El León”, primo y mano derecha de Pablo Escobar. El “patrón” comenzaba a quedarse sin sus aliados más confiables.
Al mismo tiempo, el ministro de justicia Jaime Giraldo Ángel anunció un plan legislativo para facilitar la rendición de los narcoterroristas, ofreciendo una reducción de su condena y encarcelamiento en Colombia (los narcos temían, sobre todo, a la extradición a EE. UU.), a cambio de rendición voluntaria y confesión de al menos un delito cometido.
Los hermanos Ochoa fueron los primeros secuaces de alto nivel de Escobar en aceptar el ofrecimiento, entre diciembre de 1990 y febrero de 1991. El patrón, en cambio, receloso de la palabra del gobierno, inició una serie de secuestros selectivos.
Varios de estos cautivos murieron en intentos de rescate, o fueron ejecutados como represalia por las acciones del gobierno. La idea de Escobar era presionar al gobierno a diseñar un plan hecho a su medida. Pero ante la falta de respuesta, retomó sus métodos de terrorismo: entre diciembre de 1990 y los primeros meses de 1991, murieron al menos 44 personas víctimas de bombas y de disparos a mansalva, entre ellos el exministro de justicia Enrique Low Murtra.
Finalmente, el gobierno no tuvo más opción que plegarse a las demandas de Escobar. En junio de 1991, el patrón del cartel de Medellín se entregó a la justicia, para ser recluido en la Cárcel de La Catedral, en Envigado. Desde allí continuó controlando a distancia sus operaciones ilegales, gracias a sus dos aliados en la clandestinidad: Fernando “El Negro” Galeano y Gerardo “Kiko” Moncada.
Durante su encarcelamiento, Escobar fue atendido por su esposa, “la Tata”, y estuvo en continuo contacto con sus secuaces. Recibía en su habitación numerosos mensajes y documentos. En La Catedral recibió visitas de celebridades, reinas de belleza y jugadores de fútbol.
La habitación en que Escobar estuvo recluido en La Catedral era similar a una suite de un hotel cinco estrellas: una cama amplia, con decoración acogedora, aparatos de televisión, video y reproductores de música, muebles importados, una biblioteca personal y piso alfombrado. La prisión además contaba con salas de pool, un bar y una cancha de fútbol. En sus inmediaciones se llevaban a cabo fiestas, orgías y reuniones de negocios, pues Escobar continuó dirigiendo su operación criminal desde la cárcel. La cárcel misma, como se descubrió después, había sido construida por órdenes suyas en un terreno que le pertenecía.
En 1992, las acciones de Escobar se hicieron de público conocimiento, y el gobierno de Gaviria decidió trasladarlo a una “prisión verdadera”. Escobar, al tanto de la decisión, planificó su fuga con asistencia de sus secuaces, y el 22 de julio escapó rompiendo un muro de yeso en la parte posterior de la prisión.
El escape de Escobar fue un duro golpe al prestigio del gobierno de Gaviria y de la justicia colombiana. Se anunció de inmediato la creación de un “Bloque de búsqueda” conformado por la policía, el ejército y la DEA estadounidense, y se ofreció una recompensa de 2.700 millones de pesos por información que condujera a la captura del “patrón”.
La muerte de Pablo Escobar
El regreso de Pablo Escobar a la libertad lo enfrentó con una realidad muy distinta a la que había dejado antes de entregarse. Una fractura crecía en el cartel de Medellín y sectores adversos a su liderazgo se acabaron aliando con sus enemigos de Cali. Esta amplia alianza en su contra acabó en octubre de 1992 con uno de sus últimos líderes militares: Brances Alexander Muñoz, alias “Tyson”.
Los recursos del cartel de Medellín comenzaron a escasear, y sus acciones fueron más desesperadas. Coches-bomba estallaron en Bogotá, Barranca Bermeja y otras ciudades, asesinando a civiles y oficiales de manera indiscriminada. Escobar quiso renegociar su rendición, y autorizó la entrega de algunos de sus más confiables edecanes, pero obtuvo en respuesta un recrudecimiento de las acciones en su contra.
El 30 de enero de 1993 un nuevo actor se sumó al conflicto: la banda paramilitar de “Los pepes” (acrónimo de “Perseguidos Por Pablo Escobar”), dedicada a perseguir y asesinar a los testaferros, colaboradores y encubridores de Escobar.
Para marzo de 1993, alrededor de 100 sicarios y 10 de los jefes militares del cartel habían sido asesinados, y casi 1900 colaboradores arrestados. A la vez, otros 300 “gatilleros” (matones a sueldo) habían sido acribillados por bandas rivales.
La esposa y los hijos de Escobar habían buscado fallidamente asilo en Estados Unidos y Alemania, y vivían bajo supervisión policial; así que fueron utilizados como carnada por las autoridades. El 2 de diciembre de 1993, tras 17 meses de intensa búsqueda, Escobar fue arrinconado por la policía en el barrio clase media de Los Olivos, en Medellín.
Allí fue abatido el último de sus sicarios, Jesús Agudelo, alias “Limón”, y Escobar intentó escapar por los tejados de las casas vecinas, pero recibió tres disparos y falleció en el acto. Su muerte significó el fin del cartel de Medellín y fue registrada fotográficamente por el Bloque de Búsqueda. Tenía 44 años de edad.
Al día siguiente, su muerte fue anunciada como un gran triunfo en la lucha contra el narcotráfico. Su familia lloró su fallecimiento junto con miles de simpatizantes de las clases populares, que aún le profesaban un paradójico agradecimiento. Su féretro fue acompañado al cementerio de los Jardines Montesacro de Itagüí por una procesión multitudinaria.
Esta dualidad de su imagen lo convirtió a la vez en un infame criminal y en un héroe popular. Su vida de violencia y excentricidades ha servido de inspiración para numerosos reportajes periodísticos y series de ficción.
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Referencias
- Palacios, R. (2022). “Celda cinco estrellas, reinas de belleza y orgías: la vida de Pablo Escobar en la cárcel que mandó a construir”. Infobae.
- Salazar, A. (2012). La parábola de Pablo. Penguin Random House.
- Rockefeller, J. D. (2015). Pablo Escobar: El auge y la caída del rey de la cocaína. Createspace.
- Tikkaken, A. (s. f.). Pablo Escobar (Colombian criminal). The Encyclopaedia Britannica. https://www.britannica.com/
- Villatoro, M. (2014). “La verdadera historia de Pablo Escobar, el narcotraficante que asesinó a 10.000 personas”. ABC cultural. https://www.abc.es/
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