Te explicamos quién fue Santa Rosa de Lima, qué milagros se le atribuyen y por qué razón fue canonizada.
¿Quién fue Santa Rosa de Lima?
Santa Rosa de Lima, cuyo nombre secular era Isabel Flores de Oliva, fue una religiosa novohispana nacida en Lima, entonces capital del Virreinato del Perú, cuya corta vida estuvo entregada casi por completo a la fe y al misticismo cristiano. Se trata de la primera persona nacida en América en ser canonizada por la Iglesia católica.
Considerada patrona de América, y protectora de las mujeres y los jardineros, Santa Rosa de Lima fue beatificada en 1668 por el papa Clemente IX y canonizada en 1727 por el papa Clemente X. Actualmente es venerada tanto por la Iglesia católica como por la Iglesia anglicana.
Aun así, no es demasiado lo que se conoce de la vida y el pensamiento de esta santa, dado que la suya fue una existencia silenciosa y reservada, y dejó muy pocos escritos. La mayor fuente de información al respecto reside en relatos, opiniones y testimonios de terceros, entre los que suelen figurar numerosas leyendas y exageraciones.
- Ver también: Iglesia católica
Nacimiento y primeros años de vida
Isabel Flores de Oliva nació el 20 de abril de 1586 en la ciudad de Lima, capital del Virreinato de Lima, uno de los tres que componían en ese entonces la región americana del Imperio español. Su padre era el arcabucero Gaspar Flores, originario de San Juan de Puerto Rico y perteneciente a la guardia del Virrey Francisco de Toledo (1515-1582). Su madre, la criolla María de Oliva Herrera, limeña, hilandera y costurera, quien dio a luz a trece hijos, tres de los cuales murieron antes del bautismo. Isabel fue la cuarta en nacer.
A pesar de que su nombre rendía homenaje a la abuela materna, Isabel de Herrera, durante su infancia la familia la llamaría “Rosa”. Esto se debe a que, cuando tenía tres meses de edad, una de sus ayas le descubrió el rostro y notó que tenía dos rosas rojas pintadas en las mejillas (en otras versiones, el rostro entero de la niña parecía una rosa).
Tanto sus hermanos como su madre contemplaron el milagro y decidieron respetar el nombre que Dios le había asignado. Tanto así, que en su confirmación cristiana su nombre pasó a ser formalmente “Rosa”. Y aunque al principio la niña parecía disconforme con su nombre, lo acabó aceptando por consejo del arzobispo Toribio de Mogrovejo, quien le sugirió verlo como un nombre dado por Dios.
Ello ocurrió cuando la familia se mudó al distrito de Quives, a sesenta kilómetros de Lima, donde el padre de Rosa había recibido del virrey la administración de una mina en el valle del río Chillón. La niña, sin embargo, contrajo allí una enfermedad reumática muy fuerte y estuvo postrada en su cama tres de los cuatro años que la familia pasó fuera de Lima.
Contando a Santa Rosa de Lima, cinco santos cristianos nacieron en la ciudad de Lima en el siglo XVI: Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), San Francisco Solano (1549-1645), San Martín de Porres (1579-1639) y San Juan Masías (1585-1645). Se trató de una época muy especial para la región en términos religiosos.
El regreso a Lima y el inicio de la vida monástica
La familia regresó a la capital cuando Rosa ya era una señorita. Su educación estuvo a cargo de su madre, quien le enseñó canto y a leer poesía, así como labores domésticas y manuales como tejer, coser y bordar. Pero sus mayores dotes parecían vinculadas con la jardinería y los cuidados del huerto, con el que intentaba contribuir a la economía familiar.
Sus primeras actitudes religiosas se manifestaron en ese entonces. Devota de la Virgen del Rosario, visitaba su imagen a diario en el convento de los dominicos cerca de su casa. Se confesaba, hacía ayunos y penitencias, y se mostraba sensible al sufrimiento de la gente, en especial de los indígenas, cuyos castigos consideraba contrarios al espíritu cristiano. Su carácter, sin embargo, era dócil y humilde.
Pronto llegó la edad en que Rosa debía pensar en casarse y su madre hizo grandes esfuerzos por conseguirle buenos pretendientes. Sin embargo, Rosa se mostró reacia y rechazó uno tras otro a quienes la cortejaban, a pesar de la insistencia de la familia y de sus amigos. Y cuando su madre, preocupada por su futuro, comenzó a mostrarse más insistente, Rosa reveló que había tomado un voto de castidad ante sus confesores de la orden dominica.
Fue entonces cuando se hizo evidente que Rosa aspiraba a dedicar su vida a la oración. Admiradora de Catalina de Siena (1347-1380), santa católica cuya festividad se celebraba el mismo día de nacimiento de Rosa, decidió imitar sus acciones y despojarse de la belleza que podía conducirla al pecado. Así, se cortó el cabello lo más corto posible y quemó su piel con cal viva.
A pesar de semejantes muestras de religiosidad, sus padres no le permitieron convertirse en monja. Diez largos años esperaron sin éxito a que Rosa cambiara de parecer.
La Tercera Orden de Santo Domingo
En 1606, los padres de Rosa tuvieron que aceptar la vocación religiosa de su hija. Ya que no le permitían ingresar al convento, Rosa les pidió a sus padres que le dejaran construir su propio espacio de oraciones en el jardín de la casa. Al comienzo sus padres se negaron, pero ante su insistencia, y los consejos de ciertos amigos de la familia, acabaron aceptando.
Con ayuda de su hermano Fernando, Rosa construyó entonces su propia celda monacal: una ermita de metro y medio de ancho, hecha de adobe, con una cruz de cartón en un modesto altar que ella misma decoraba con flores. Allí empezó a pasar sus días, entregada a la oración y a diversos episodios de éxtasis místico. Salía únicamente para rendir culto a la Virgen del Rosario y para ofrecer consuelo a los pobres, especialmente a los indígenas y africanos que constituían la base de la sociedad colonial.
Con el tiempo, Rosa se hizo conocida por su devoción y despertó el interés de las órdenes religiosas de Lima. Fue invitada a unirse al convento de las Clarisas, recién fundado en la ciudad, pero su madre se negó pues no podían pagar la dote conventual. Sus confesores dominicos le recomendaron ingresar al convento de las Agustinas, pero Rosa decidió no hacerlo.
Un último intento provino del amigo de la familia Gonzalo de la Maza, quien le ofreció ayudarla a ingresar al convento de las franciscanas descalzas, famosas por su gran rigurosidad. Pero Rosa tampoco pareció convencida. Finalmente, tras la visita de sor Catalina de Santa María y sor Francisca de Montoya, la familia de Rosa le permitió unirse a ellas en la Tercera orden de Santo Domingo, la rama laica de los dominicos.
En agosto de 1606, Rosa se unió a su hermanas y hermanos en la Iglesia del Convento de los frailes predicadores, cosa que podía hacer permaneciendo en su casa. A partir de entonces, asumió el nombre religioso de Rosa de Santa María.
La Tercera Orden de Santo Domingo fue una institución religiosa dedicada a las personas laicas que desean vivir de acuerdo a la doctrina creada por Santo Domingo de Guzmán en 1216. Los integrantes de esta orden laica pueden o no vestir el hábito religioso, y cuando lo hacen llevan señales que los identifican como laicos al servicio de la orden, y no como monjas o curas. Por esa misma razón, no ingresan a los conventos ni forman parte de la estructura formal de la Iglesia. Actualmente esta orden se conoce como la Fraternidad laical de Santo Domingo.
La vida penitente de Rosa de Santa María
A partir de entonces, la devoción de Rosa fue rápidamente en ascenso. Sus empeños en sufrir penitencias, emulando los sufrimientos de Jesucristo en la cruz, fueron continuos y severos.
Por ejemplo, hacía ayuno casi a diario e ingería únicamente infusiones de hierbas amargas mezcladas con vinagre. No se permitía más de dos o tres horas de sueño, sobre una cama precaria y a veces sobre una cruz de madera que había hecho instalar en su celda, a la cual podía sujetarse mediante correas. Otras veces, para resistirse al cansancio, pasaba horas enteras sobre las puntas de los pies.
Al igual que Catalina de Siena, Rosa practicó la autoflagelación: solía azotarse una parte distinta del cuerpo cada día, usando una cadena. Alarmada ante el daño que la joven se causaba a sí misma, su madre rogó a sus padres confesores que le ordenaran disminuir la intensidad del castigo, cosa a la que Rosa accedió. Sus azotes entonces se dieron con una cuerda trenzada y anudada, pero sin renunciar tampoco a la cadena, con la que se dio tres vueltas apretadas en el torso, la cerró con un candado y arrojó la llave al pozo del patio.
Ningún suplicio fue ajeno a Santa Rosa: llevaba cilicios, cotas de malla, ortigas en continuo contacto con la piel, e incluso una corona espinosa, fabricada de plata, que usaba por debajo de la toca. Esta corona se convirtió, años más adelante, en símbolo de su extrema devoción religiosa.
También manifestó una gran dedicación por el socorro de los desvalidos: visitaba a menudo el Hospital de Santa Ana, inaugurado por el fray Jerónimo de Loayza para las mujeres enfermas, y abrió un dispensario en el jardín de la casa familiar, donde atendía a los desamparados.
Asimismo, sus dones para la jardinería y el cultivo eran prodigiosos, y a menudo acudían a ella las familias adineradas de Lima, para obtener hierbas de inigualable calidad. Se dice que incluso la virreina se hallaba entre sus contactos habituales. Estas buenas relaciones con la élite limeña le permitían acceder a cuantiosas limosnas, que ayudaba a repartir entre los necesitados.
El proceso de la inquisición
Cuando tenía poco más de 26 años de edad, Rosa recibió la visita de la Santa Inquisición de Lima. Esta fue solicitada por su propia madre, quien expresaba a viva voz sus molestias respecto al modo de vida de la santa, y a menudo profería acusaciones de que su fe era fingida. Otros, en la familia, pensaban que Rosa sufría de melancolía, considerada en ese entonces como una enfermedad.
En todo caso, en 1614 llegaron al patio de la casa familiar cuatro dominicos y dos jesuitas, algunos de ellos confesores de Rosa, con el propósito de rendirle examen de conciencia. A lo largo de tres horas escucharon su relato de vida, hicieron preguntas y llegaron a la conclusión de que la fe de Rosa era verdadera.
El proceso, muy alejado del terrible interrogatorio a los sospechosos de herejía, estuvo conducido por Juan de Lorenzana, Luis de Bilbao, Adrián de Alessio, y el doctor Juan del Castillo, gracias a cuyas anotaciones se conoce el proceder de la entrevista y se saben más detalles de la experiencia mística de Rosa.
Después de aquello, Rosa prefirió no seguir viviendo en la casa de la familia. Fue entonces acogida por el amigo de la familia, Gonzalo de la Maza, y por su esposa María de Uzátegui. Se dice que, antes de abandonar su ermita en el jardín familiar, se dirigió a su madre y le profetizó el día exacto en que ella misma moriría.
Tres años estuvo Rosa hospedada en casa de sus protectores, donde retomó su vida de privaciones. Solía dormir en una silla y pasar el día entregada al altar doméstico y a su sueño de fundar en Lima un convento en honor a Santa Catalina de Siena.
El Convento de Santa Catalina de Siena, propuesto en vida por Santa Rosa de Lima, fue fundado en 1622, bajo el auspicio y la financiación de Lucía Guerrero de la Daga y la concepción arquitectónica del fray Diego Maroto. La propia Guerrero de la Daga ingresó al convento como priora, y también ingresaron en él la madre de Rosa de Santa María, una vez viuda, y más adelante la hija de su hermano Fernando. Actualmente se encuentra en Barrios Altos, en el centro histórico de Lima.
- Ver también: Inquisición
La tormenta de Santa Rosa y el desposorio místico
Al año siguiente, corrió en Lima el rumor de que el corsario holandés Joris van Spilbergen (1568-1620) se disponía a tomar el puerto del Callao y saquear la ciudad. Rosa, junto con otras beatas y religiosos de la ciudad, se reunieron en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para rogar a la virgen en defensa de la ciudad y ofrecerse en sacrificio para rechazar a los herejes.
Los corsarios holandeses finalmente fueron repelidos por las fuerzas novohispanas, pero no sin que antes se produjera una intensa tormenta, que dificultó la llegada de los barcos enemigos. Este fenómeno climático se atribuyó a un milagro de Dios, cuya responsable no podía ser más que Rosa de Santa María. De allí que, tras su canonización, en la región se llame Tormenta de Santa Rosa a ciertas lluvias torrenciales de agosto.
Dos años después, la devoción de Rosa tuvo sus frutos formales: durante sus rezos matutinos sintió el llamado del niño Jesús, y en una visión se le manifestó que Cristo la quería como esposa. Y así, el domingo de ramos de 1617, se celebró en la Iglesia de Santo Domingo de Lima su desposorio con Cristo. El fray Alonso Velásquez, uno de sus antiguos confesores, le puso el anillo en señal de unión perpetua con Dios.
Ese mismo año, según la tradición, Rosa cantó en su jardín con los ruiseñores, a la usanza de San Francisco de Asís.
La muerte y canonización de Santa Rosa de Lima
A mediados de 1617, la salud de Rosa comenzó a deteriorarse rápidamente. El régimen de penitencias y suplicios que había llevado toda la vida se cobró de golpe su factura. La santa se vio forzada a guardar reposo en cama. Los médicos la examinaron y le diagnosticaron tuberculosis.
El día 28 de julio abandonó la casa de sus protectores y regresó al hogar familiar, donde agonizó durante meses y recibió la extremaunción. Allí, también, le fue realizado un famoso retrato por el pintor italiano Angelino Medoro. Finalmente, el 24 de agosto de 1617, fecha vaticinada por Rosa a su madre, murió a la edad de 31 años. Sus últimas palabras fueron “Jesús. Jesús sea conmigo”.
Su sepelio se llevó a cabo en el Convento de los dominicos, con presencia del virrey, el arzobispo y otros dignatarios de la nobleza. Ese mismo año, en septiembre,comenzó el proceso de beatificación de la santa, con testimonios de milagros de 183 testigos directos.
Dos años después, en 1619, su cuerpo fue exhumado y sepultado en la iglesia donde actualmente se la venera, la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima (Santo Domingo). Este templo contiene aún los restos de la santa y los de San Martín de Porres. Junto a la casa en donde pasó sus últimos meses de vida, se erige hoy también el Monasterio de Santa Rosa de Lima, construido entre los siglos XVII y XVIII.
La canonización de Santa Rosa de Lima, sin embargo, tuvo lugar en 1670, por instrucción del papa Clemente X. Ese año se consagró el día 26 de agosto en su honor y se la proclamó patrona “Universal y Principal de toda la América y dominios de España”, por tratarse de la primera persona americana en ser canonizada por la Iglesia católica. La fecha de su festividad fue después trasladada al 30 de agosto y, finalmente, al 23 de agosto por el Concilio Vaticano II.
La obra encontrada de Santa Rosa de Lima
A lo largo de su vida, Rosa de Santa María tuvo once padres confesores, de los cuales destacó el teólogo fray Juan de Lorenzana, asociado a la iglesia dominica de cuando era niña. Los testimonios de estos religiosos confirman que se trataba de una persona inusualmente docta, sobre todo para un tiempo en el que la mayoría de las mujeres era analfabeta.
Santa Rosa de Lima encontró la ocasión de producir una breve obra mística, parte de la cual se dio a conocer siglos después de su composición, cuando en 1923 el historiador dominico español Luis G. Alonso Getino (1877-1946) la descubrió en el monasterio limeño de Santa Rosa de Santa María. Se trata de dos pliegos de papel y de tela, con collages y dibujos de distinto color, acertijos místicos y otros mensajes de puño y letra de la santa.
De estos textos recuperados, se han distinguido dos obras diferentes, que son:
Las Mercedes o heridas del alma
En el primer pliego encontrado, Rosa de Santa María cuenta las “heridas” santas que Dios le había causado a lo largo de cinco años, emulando para ello el lenguaje literario de San Juan de la Cruz (1542-1591) o de Santa Teresa de Jesús (1515-1582). Además, cosió tres corazones al pliego, uno debajo de otro, para representar las tres etapas iniciales de su compenetración divina. Se piensa que esta primera obra fue escrita alrededor de 1614.
La escala espiritual
En el segundo pliego encontrado, Rosa de Santa María continúa con el resto de las mercedes descritas en el primero. Conforma, con ello, una suerte de escalera o secuencia del ascenso hacia la gracia divina, que la santa describió como un “desposorio místico”, o sea, un matrimonio con Dios. Cada peldaño de la escala contiene un corazón con un símbolo y una nueva inscripción, hasta completar los quince pasos de la escala. En algunos de ellos hace alusión al Cantar de los cantares.
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Referencias
- Carrasco Ligarda, R. (2016). Santa Rosa de Lima. Escritos de la santa limeña. Facultad de Teología Pontificia Civil de Lima.
- Del Busto, J. A. (2020). Santa Rosa de Lima. Fondo Editorial de la PUCP.
- Mujica Puntilla, R. (2004). Rosa Limensis. Mística, política e iconografía en torno a la Patrona de América. Fondo de Cultura Económica.
- Muñoz Lacueva, J. (s. f.). “Santa Rosa de Lima”. Real Academia de la Historia. https://dbe.rah.es/
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